El presente artículo pretende ser una reflexión acerca del movimiento ‘Indignados 15-M” a partir de la obra del filósofo José Ortega y Gasset, ‘La rebelión de las masas’. Concretamente, me centraré en el capítulo VIII, ‘por qué las masas intervienen en todo, y por qué sólo intervienen violentamente’.
Ortega advierte, en primer lugar del peligro del comunismo y del fascismo para la democracia liberal: “cualquiera puede darse cuenta de que en Europa, desde hace años, han empezado a pasar ‘cosas raras’. Por dar algún ejemplo concreto de estas cosas raras, nombraré ciertos movimientos políticos, como el sindicalismo y el fascismo”. Comunismo y fascismo abdican de la razón y dejan paso al irracionalismo: “bajo las especies de sindicalismo y fascismo aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón”.
El ‘modus operandi’ de ambos es la acción directa, lo opuesto a toda forma de civilización y que nos devuelve a la sociedad cerrada, al tribalismo: “idear, opinar, es creer, por lo tanto, que la forma superior de la convivencia es el diálogo en que se discuten las razones de nuestras ideas. Pero el hombre-masa se sentiría perdido si aceptase la discusión, e instintivamente repudia la obligación de acatar esa instancia suprema que se halla fuera de él. Por eso, lo “nuevo” es en Europa “acabar con las discusiones”, y se detesta toda forma de convivencia que por si misma implique acatamiento de normas objetivas, desde la conversación hasta el Parlamento, pasando por la ciencia. Esto quiere decir que se renuncia a la convivencia de cultura, que es una convivencia bajo normas, y se retrocede a una convivencia bárbara. Se suprimen todos los trámites normales y se va directamente a la imposición de lo que se desea. El hermetismo del alma, que, como hemos visto antes, empuja a la masa para que intervenga en toda la vida pública, la lleva también, inexorablemente, a un procedimiento único de intervención: la acción directa”.
Ortega recuerda que la acción directa es renunciar a la civilización y defender la violencia como regla del juego: “el día en que se reconstruya la génesis de nuestro tiempo, se advertirá que las primeras notas de su peculiar melodía sonaron en aquellos grupos sindicalistas y realistas franceses de hacia 1900, inventores de la manera y la palabra ‘acción directa’. Perpetuamente el hombre ha acudido a la violencia. La civilización no es otra cosa que el ensayo de reducir la fuerza a ultima ratio Ahora empezamos a ver esto con sobrada claridad, porque la ‘acción directa’ consiste en invertir el orden y proclamar la violencia como prima ratio, en rigor, como única razón. Es ella la norma que propone la anulación de toda norma, que suprime todo intermedio entre nuestro propósito y su imposición. Es la Carta Magna de la barbarie. Conviene recordar que en todo tiempo, cuando la masa, por uno u otro motivo, ha actuado en la vida pública, lo ha hecho en forma de ‘acción directa’. Fue, pues, siempre el modo de operar natural a las masas”.
Acción directa es, por tanto, lo contrario a civilización: “civilización es, antes que nada, voluntad de convivencia. Se es incivil y bárbaro en la medida en que no se cuente con los demás. La barbarie es tendencia a la disociación. Y así todas las épocas bárbaras han sido tiempos de desparramamiento humano, polulación de mínimos grupos separados y hostiles”.
Y, es, pues, la acción directa lo contrario de la democracia liberal, que, parta Ortega, es el prototipo de la ‘acción indirecta’: “la forma que en política ha representado la más alta voluntad de convivencia es la democracia liberal. Ella lleva al extremo la resolución de contar con el prójimo y es prototipo de la ‘acción indirecta’. El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aun a su costa, dejar hueco en el Estado que él impera para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría. El liberalismo — conviene hoy recordar esto — es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por lo tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo: más aún, con el enemigo débil”.
He sacado a colación estas reflexiones de Ortega sobre la acción directa a propósito del movimiento ‘Indignados 15-M’ y del modo que tiene de reivindicar la democracia. Las acampadas nos recuerdan la teoría rousseauniana del buen salvaje y la nostalgia del regreso a una utópica Edad de de Oro. Y, como la utopía nunca podrá hacerse realidad, ha de recurrirse permanentemente a la violencia, a la acción directa. La sociedad abierta, desde Sócrates, se caracteriza por el uso de la razón y la palabra; la acción directa y la violencia, por el contrario, nos devuelven a una sociedad cerrada, tribal. En el fondo se trata de elegir entre dos tradiciones democráticas: una democracia de raíz jacobina que llevó a la Europa continental al totalitarismo –comunista, fascista y nazi-; o una democracia de raíz whig, que conduce a la democracia liberal –Inglaterra o Estados Unidos-.
Lo avisa Karl Popper en ‘La sociedad abierta y sus enemigos’: “nunca podemos volver a la presunta inocencia y belleza de la sociedad cerrada. Nuestro sueño de cielo no puede ser alcanzado en la tierra. Una vez comenzamos a confiar en nuestra razón y a usar nuestras capacidades críticas, una vez sentimos la llamada de las responsabilidades personales y, con ello, la responsabilidad de ayudar a avanzar en el conocimiento, no podemos volver a un estado de sumisión implícita a la magia tribal. Para esos que han comido del árbol del conocimiento, el paraíso está perdido. Empezando con la supresión de la razón y la verdad, debemos terminar con la destrucción más brutal y violenta de todo lo que es humano. No hay vuelta a un estado armonioso de naturaleza. Si volvemos a él, debemos volver a las bestias. Pero, si deseamos seguir siendo humanos, entonces sólo hay un camino, el camino de la sociedad abierta”.