EJEMPLARIDAD (y III)
El escrito anterior, sobre el tema “Ejemplaridad” haciendo referencia al filósofo Jean Jaurés, lo cerraba con una pregunta que tendríamos los padres, y abuelos, que hacernos ante la dejadez del laicismo reinante en nuestra sociedad. La misma que muchos están apoyando, manteniendo sus ojos en tiniebla y faltando a la realidad de nuestra cultura, dejando un vacío de cultura a nuestra Juventud. ¿Cómo entenderán en el a. C. o el d C.? ¿Cuáles fueron los motivos para ello?
El corte de la carta del Sr. Jaurés, a su hijo, quedó en la siguiente pregunta ¿Querrás tu condenarte a saltar páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios? El padre y filósofo, sigue:
Hay que confesarlo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización; y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras. Ya que hablo de educación: ¿para ser un joven bien educado, es preciso conocer y practicar las leyes de la iglesia? Solo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que practican fielmente y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándose sino en la cortesía, en el simple savoir vivre, hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas. Si no estamos obligados a imitarlas, debemos por lo menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia que les es debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.
Querido hijo: convéncete de lo que te digo: muchos tienen interés en que los demás desconozcan la religión; pero todo el mundo desea conocerla. En cuanto la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan de consumo los hechos y el sentido común. Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su conducta prueba que han conservado toda su libertad. Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario. Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de ésta obligación.